Tomás Duval Varas

Magíster en Ciencia Política, Universidad de Chile

Designado por la Comisión de Derechos Humanos, Nacionalidad y Ciudadanía del Senado para el fortalecimiento del Instituto de Derechos Humanos

Profesor del Magíster en Gobierno y Dirección Pública, Universidad Autónoma de Chile

 

 

Desde un punto de vista político, el año 2025 en Chile estará marcado por las elecciones presidenciales que se realizarán en el mes de noviembre, y ello guiará el actuar de las distintas fuerzas políticas, que se desplegarán en pos de ese objetivo. Este proceso incrementará la polarización, el conflicto y la fragmentación de la política.

En este escenario, Chile no será unaexcepciónen América Latina, ya que habrá cuatro procesos presidenciales adicionales al que ya se realizó en Ecuador. Luego vendrán Bolivia, Honduras y Haití. Si observamos el trienio 2025-2027, doce países de la región tendrán elecciones presidenciales. Y si sumamos lo ocurrido en 2024 —con comicios en El Salvador, Panamá, República Dominicana, México y Uruguay—, entonces todos estos procesos reconfigurarán el panorama político de cara a la próxima década, ya que casi toda la región habrá cambiado o renovado sus gobiernos.

En este contexto, cabe tener en cuenta que entre 2018 y 2024 hubo 23 elecciones presidenciales en América Latina (excluyendo a Nicaragua y Venezuela), de las cuales 20 fueron ganadas por fuerzas de oposición y solo 3 por el oficialismo. El rechazo a los gobiernos de turno, junto con un voto más pragmático que ideológico y el apoyo a quienes se presentaban como “solucionadores” de problemas —como la corrupción y la inseguridad—, fueron las principales causas de estos triunfos. También ha habido un renacer de candidaturas anti “establishment” o anti “castas”, muchas de ellas populistas, contrarias a los partidos tradicionales y partidarias de la “mano dura”, que en algunos casos han demostrado cierta distancia con las instituciones democráticas.

Todo indica que, en el caso de Chile, los debates presidenciales se concentrarán en esas mismas cuestiones, sumando además los temas de inmigración y economía. La intensidad de las acciones y mensajes de las distintas candidaturas se centrará, sin duda, en esos enfoques, careciendo o excluyendo propuestas que articulen un proyecto político de mediano y largo plazo. Asimismo, será clave observar con atención las características personales de cada candidatura y cómo recurren —según su perspectiva— a recursos emocionales y sentimentales como la esperanza, el miedo o la ira, los cuales serán, sin duda, factores importantes durante la campaña.

Hasta ahora, tanto los partidos del oficialismo como los de la oposición han ido confirmando los nombres que aspiran a llegar a La Moneda, aunque con estrategias políticas y mecanismos distintos, como las elecciones primarias. Es poco probable que haya grandes cambios en este panorama, aunque podrían surgir nuevos contendores, ya que actualmente existen más de 500 personas —entre ellas, algunos excandidatos presidenciales— recolectando firmas para inscribirse en agosto como postulantes. Se estima que sólo entre uno y cuatro de ellos logrará concretar esa inscripción.

La oposición político-partidaria está actualmente fragmentada entre varias candidaturas: Evelyn Matthei, José Antonio Kast y Johannes Kaiser. Por su parte, los partidos oficialistas realizaron una primaria presidencial, en la que resultó electa con amplia mayoría (60,1%) Jeannette Jara, exministra del Trabajo y Previsión Social del gobierno del presidente Boric. Este hecho es inédito, ya que una militante del Partido Comunista representa a una amplia coalición de partidos de izquierda y centroizquierda. No obstante, la primaria tuvo la participación más baja de los últimos 12 años, con sólo el 9% del padrón electoral habilitado.

Si la oposición logra reducir su fragmentación al momento de inscribir candidaturas —quedando, por ejemplo, sólo con dos opciones, como Matthei y Kast—, y considerando la candidatura oficialista de Jara, entonces la primera vuelta de noviembre podría ser altamente competitiva. Además, será importante observar el desempeño de eventuales candidaturas independientes que logren instalarse en la contienda, ya que podrían incidir significativamente en un eventual balotaje.

En definitiva, el escenario político hacia noviembre se mantiene abierto, principalmente porque una gran mayoría del electorado se encuentra despolitizada y es volátil, definiendo muchas veces su voto en los días previos a la elección. Esto es especialmente relevante si consideramos el voto obligatorio, que hará que más de un tercio de quienes están llamados a sufragar lo hagan por primera vez en una elección presidencial.

Paralelamente, existe un proceso menos visible pero igualmente estratégico: la disputa por el Congreso. Si un sector político logra unirse frente a otro dividido, tendrá mayores posibilidades de éxito. Sin embargo, todo indica que tanto la oposición como el oficialismo terminarán compitiendo en dos listas cada uno. Este punto es clave para el futuro gobierno, ya que, como ha quedado demostrado en los últimos procesos electorales, ningún presidente ha logrado mayoría en el Congreso, lo que representa un obstáculo relevante, considerando que el período presidencial es de sólo cuatro años.