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BARTOLOMÉ RODILLO PÉREZ
Máster en Innovación y Emprendimiento Consejo de Especialidad Industrial,
Colegio de Ingenieros de Chile
Según el Banco Mundial, actualmente alrededor del 56% de la población global vive en ciudades y para el año 2050 se espera que sean casi 7 de cada 10 personas. En Chile, esta realidad es aún más pronunciada: el censo del 2017 indica que el 87,8% de la población reside en áreas urbanas y sólo el 12,2% en zonas rurales.
Una lección importante aprendida de la pandemia de COVID-19 y del conflicto en Ucrania es que vivimos en un entorno descrito como BANI (Frágil, Ansioso, No Lineal e Incomprensible), que subraya la necesidad de resiliencia, adaptabilidad y nuevas habilidades para enfrentar los desafíos actuales y futuros.
El desarrollo sostenible ya no es una opción sino una necesidad para la supervivencia. Las ciudades inteligentes o smart cities, concepto que surgió a fines del siglo XX, no son un fin en sí mismas sino un camino hacia ese desarrollo sostenible y la paz social.
Un entorno complejo
El auge de las ciudades inteligentes en el mundo está lejos de ser una realidad uniforme. Según el ranking Cities in Motion 2024, las cinco ciudades líderes son Londres, Nueva York, París, Tokio y Berlín, mientras que Santiago de Chile ocupa el puesto 91 de un total de 183 ciudades evaluadas.
Ampliar este desarrollo plantea desafíos significativos, en un contexto marcado además por dificultades económicas, climáticas y sociales.
Uno de los más relevantes es generar el capital humano necesario para hacer frente a estas demandas. Es crucial la participación de profesionales multidisciplinares, desde las humanidades hasta las ciencias e ingenierías, en un entorno marcado por cambios constantes y por una evolución tecnológica exponencial.
Es clave resolver los problemas derivados de la alta concentración poblacional. Incluyen, entre otras, el suministro de energía, agua y telecomunicaciones; la disposición de desechos; la atención sanitaria tanto física como mental; el transporte; la educación y la seguridad. Estos problemas requieren una respuesta multidisciplinaria que integre también la gestión del cambio y la participación ciudadana.
También son fundamentales la gobernanza y la colaboración público-privada. Es imprescindible que el Estado asuma un rol facilitador, promoviendo políticas y entornos que incentiven la inversión en infraestructura y una gestión eficiente del suelo urbano disponible.
Más eficiencia
La clase política, por su parte, debe comprometerse a largo plazo, alejándose de intereses inmediatos motivados por ciclos eleccionarios. Este enfoque requiere una ética innegociable, donde la transparencia y la integridad sean los principios rectores para un desarrollo urbano que sea tanto justo como sustentable. Afortunadamente, en las últimas décadas la transformación digital y la convergencia tecnológica han aportado herramientas valiosas. Avances en telecomunicaciones, como las redes 5G, que ya cuentan con casi 3.8 millones de conexiones en Chile (según estadísticas de Subtel a diciembre de 2023), posibilitan aplicaciones en tiempo real.
Además, la inteligencia artificial en sus múltiples formas abre nuevas oportunidades para la innovación, mientras que tecnologías como el cloud computing y la automatización de tareas, tanto físicas como digitales, aportan capacidades esenciales para enfrentar estos desafíos.
En última instancia, el desafío se centra en la asignación de recursos y en la priorización de necesidades, con un enfoque en la eficiencia de procesos y en el impacto ambiental.