Daniel Schmidt Mclachlan
Decano Facultad de Arquitectura, Construcción y Medio Ambiente
Universidad Autónoma de Chile
El territorio y los fenómenos que en él ocurren han sido materia de interés y estudio constante desde diferentes disciplinas, como la geografía, el urbanismo, la arquitectura, la sociología y las ciencias medioambientales. Cada una aporta una mirada complementaria que, al integrarse, permite generar mapas y diagramas que sintetizan la información en capas interpretables, facilitando la comprensión de relaciones complejas.
Con la accesibilidad creciente de modelos de inteligencia artificial (IA), la tentación de utilizarla en la planificación territorial resulta irresistible. Esta tecnología puede analizar grandes volúmenes de datos geográficos, demográficos y ambientales en tiempo récord, generando diagnósticos precisos y recomendaciones sectoriales para el desarrollo territorial. Por ejemplo, ya permite identificar ocupaciones territoriales mediante imágenes satelitales y mapeo de asentamientos informales, optimizando la toma de decisiones públicas en contextos urbanos y regionales.
Los beneficios incluyen una mejora en la capacidad de procesamiento de información, reducción de tiempos y costos, y la potenciación de la precisión en el análisis espacial y ambiental. Además, integrar esta tecnología con sistemas de información geográfica multiplica su impacto, facilitando la detección de fenómenos urbanos y ambientales desde nuevas perspectivas, que incluyen incluso el monitoreo de sentimientos comunitarios sobre conflictos urbanos.
No obstante, el uso de IA trae aparejados riesgos sociales, éticos y medioambientales con impactos negativos en la equidad y justicia social, debido a la incorporación y amplificación de sesgos existentes en bases de datos, y la dependencia tecnológica. Es crucial entonces la transparencia, la protección de derechos digitales, la rendición de cuentas y la evaluación del impacto ambiental de estos sistemas, considerando el consumo energético y social que implican.
Por otro lado, si bien facilita la elaboración de diagnósticos rápidos y eficientes, la IA no reemplaza aspectos esenciales de la planificación territorial ni provee respuestas claras sobre el «cómo hacer» sino que sugiere «qué hacer», dejando la ejecución práctica a la gestión humana.
La visión estratégica a largo plazo, la construcción consensuada de proyectos comunes y la coordinación activa entre múltiples actores locales requieren intervención humana y la tecnología no puede suplir las relaciones sociales complejas.
En definitiva, la IA es una herramienta poderosa en la planificación y desarrollo territorial, especialmente para la síntesis y análisis de datos complejos que antes demandaban mucho tiempo. Sin embargo, su uso debe ser complementario a la experiencia y liderazgo humano que garantice procesos democráticos, equitativos y contextualizados a las realidades locales. Solo así, la inteligencia artificial podrá potenciar y no suplantar la inteligencia colectiva en la construcción de territorios sostenibles y resilientes.