Dr. Leonel Del Prado
Departamento de Ciencias Sociales (CENUR LN)
Universidad de la República, Uruguay
El 30 de noviembre de 2022 marcó un hito histórico: la inteligencia artificial (IA) generativa irrumpió en la conversación pública global. Ese día, la empresa OpenAI lanzó ChatGPT, un chatbot accesible que permitía a cualquier persona interactuar con un modelo avanzado de IA mediante preguntas, órdenes y consultas.
Si bien existían experiencias previas de IA, el impacto de ChatGPT fue sin precedentes. Su accesibilidad y rápida difusión global lo convirtieron en un fenómeno: según estimaciones, la aplicación superó los 100 millones de usuarios activos en pocos meses, algo nunca antes visto, y en la actualidad posee más de 900 millones de descargas.
Este «efecto ChatGPT» puso a la IA en boca de todos, a pesar de que este campo de estudio se remonta al período posterior a la Segunda Guerra Mundial. Ya estaba presente en la cultura popular representada en el cine desde posturas extremas: desde el dominio distópico de máquinas sobre humanos en films clásicos como “Terminator” y “The matrix”, hasta visiones más positivas y de coexistencia como en “El hombre bicentenario” y “Her”.
La IA se consolidó como el gran tema central. Palabras como revolución y transformación se usaron como comodines para describir lo que vendría. La explosión de interés generó una gran cantidad de publicaciones que podemos agrupar en cuatro grandes líneas.
Textos de divulgación y difusión, que buscan explicar los conceptos básicos de la IA a un público amplio; manuales y protocolos producidos por organismos internacionales, estados e instituciones para establecer un marco normativo para su uso; guías prácticas que enseñan a utilizar la IA, desde la creación de prompts hasta su aplicación en diversos campos, e investigación científica que busca comprender el fenómeno y su impacto en el mundo social.
Todas estas aproximaciones convergen en un punto esencial: la IA es un fenómeno amplio que debe abordarse no sólo desde la perspectiva tecnológica sino también desde lo político, lo pedagógico y, crucialmente, lo ético.
En este sentido, es fundamental retomar la idea del filósofo argentino Mario Heler, quien en su obra Ciencia Incierta (2005, Biblos, Buenos Aires) destacaba que ya no deberíamos hablar de «ciencia» por un lado y «tecnología» por el otro, sino de una unidad integrada: la tecnociencia.
La investigación, centrada en la producción de conocimiento, y la aplicación tecnológica, es decir, la producción de artefactos e intervención, están intrínsecamente unidas y se refuerzan mutuamente. Ambas están orientadas por intereses que son, en última instancia, económicos, políticos o militares.
Por lo tanto, no basta con que científicos, profesionales y empresas «apliquen bien» la ciencia ya desarrollada. La reflexión ética debe estar presente en todo el proceso de investigación y en todo proceso de intervención profesional. Es necesario reflexionar de manera permanente sobre qué se investiga, para quién, con qué métodos y qué posibles consecuencias generan los productos desarrollados.
Avanzar en este camino exige una reflexión colectiva y participativa que incluya a actores de todo el espectro social y político. La IA, como producto de la tecnociencia, debe ser analizada desde esta perspectiva ética amplia eludiendo simplificaciones. Es un imperativo pensar en su construcción y uso de modo colectivo para asegurar que sea un bien social y no sólo un instrumento del mercado al servicio de unos pocos.