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LUIS VALENZUELA LILLO
Director Centro de Emprendimiento e Innovación (CEI)
Universidad Autónoma de Chile
La economía colaborativa o sharing economy se ha consolidado en la última década como un modelo alternativo de intercambio y consumo, facilitado principalmente por plataformas digitales. Permite que individuos compartan recursos subutilizados, como viviendas o vehículos, transformando la manera en que se accede a servicios y productos en un esquema que enfatiza la eficiencia y la sostenibilidad.
A diferencia de la economía tradicional -que se basa en la posesión-, este modelo promueve el acceso temporal, lo que redefine el concepto de propiedad y crea una relación más directa entre proveedor y consumidor. Esto significa beneficios y riesgos que tienen un sinnúmero de efectos a mediano y largo plazo, dado el gran avance tecnológico que vivimos día a día.
Regulación y otros pendientes Al facilitar el acceso a bienes de manera compartida y de forma eficiente, este modelo contribuye a reducir el consumo excesivo y promueve la sostenibilidad, optimizando el uso de recursos y reduciendo la huella ambiental.
En Nueva York, la ciudad más visitada de Estados Unidos, el 5 de septiembre del año 2023 entró en vigor la Ley Local 18, que sólo permite alquileres para estancias cortas si se cumplen ciertos requisitos. El 2021, Barcelona ya había prohibido el alquiler de habitaciones durante menos de 30 días sin licencia turística. París, Ámsterdam, Londres, San Francisco, Tokio, Singapur y Sídney están siguiendo la misma lógica.
En Chile aún no entra en vigor la ley 21.431, más conocida como “Ley Uber”, que regula a las empresas de aplicación de transporte (EAT) creando un Registro Electrónico y definiendo requisitos para la operación de servicios y condiciones de los vehículos.
Gracias al avance de la inteligencia artificial, se están creando las condiciones para la introducción de automóviles autónomos. Esto podría reducir aún más las tarifas de viaje, optimizar el uso de vehículos en las calles, cuestionar la necesidad de adquirir vehículos personales y reducir la demanda de estacionamientos en zonas céntricas, con impacto en la industria automotriz y la construcción.
Además de la regulación, otros desafíos de la economía colaborativa son la protección de los derechos de los trabajadores, la equidad en la distribución de beneficios y la posible afectación de las comunidades locales.
Sharing economy en Chile
Mercado Libre, plataforma líder de comercio electrónico, ha transformado las reglas de la industria del retail nacional, donde grandes empresas como Falabella, Ripley y Paris, se ven seriamente amenazadas.
En nuestro país existen casos admirables de innovación. Cornershop, fundada en 2015, revolucionó el concepto de despachos de compras de supermercados a domicilio; Políglota transforma el aprendizaje de idiomas mediante comunidades de personas que se reúnen para practicar; Cumplo, conecta a empresas en busca de liquidez con personas dispuestas a invertir, y Broota, que facilita la conexión entre personas interesadas en invertir y startups que necesitan capital.
A pesar de los desafíos regulatorios y las tensiones que enfrentamos como país para integrar la economía colaborativa, estamos en una posición única para aprovechar su potencial.
Este modelo no sólo abre puertas a nuevas oportunidades de emprendimiento y empleo, sino que también permite un uso más eficiente de nuestros recursos impulsando prácticas más sostenibles. Con el ejemplo de innovaciones nacionales vemos cómo nuestras ideas y soluciones pueden no sólo adaptarse sino también liderar en este escenario global.
Si logramos un equilibrio justo entre regulación y crecimiento podríamos posicionarnos como un referente en América Latina, aprovechando al máximo los beneficios de la economía colaborativa y transformando los desafíos en una plataforma de desarrollo y sostenibilidad.