Dr. Víctor R. Yáñez Pereira
Asistente social, Licenciado en Trabajo Social, Universidad de Concepción
Magíster en Trabajo Social y Políticas Sociales, Universidad de Concepción
Doctor en Trabajo Social, Universidad Nacional de la Plata, Argentina
Director Académico de Postgrados, Universidad Autónoma de Chile
En las últimas dos décadas, la violencia ha erosionado progresivamente la estabilidad de las instituciones educativas, consolidándose como una práctica recurrente manifestada de diversas formas y protagonizada por distintos actores.
La expresión más reconocible de este fenómeno es la violencia entre pares, o bullying, que se manifiesta a través de agresiones físicas, insultos y hostigamiento. No obstante, es fundamental visibilizar otras formas de agravio, tanto morales como emocionales, vinculadas a situaciones de abuso, acoso, ciberacoso, marginación y daño psicológico. Estas conductas no se restringen únicamente a las relaciones entre estudiantes, sino que también pueden ser ejercidas por adultos hacia estudiantes o viceversa. De acuerdo con cifras de la Superintendencia de Educación (2024), las denuncias por maltrato entre integrantes de la comunidad educativa han registrado un aumento del 121,2%.
Esta Superintendencia informa que en nuestro país la violencia escolar se ha vuelto persistente, con datos que para 2024 muestran más de 5.000 acusaciones por bullying, como además maltratos propinados por personal educativo hacia estudiantes, mayoritariamente mujeres. En lo que va de 2025 las denuncias se han elevado a un 14,2% en el mismo período del año pasado, concentrando la Región Metropolitana el 73,3% de estas.
En tal escenario, el diagnóstico 2025 de la Defensoría de la Niñez alerta sobre los ambientes violentos que viven niños, niñas y adolescentes (NNA), quienes perciben menor sensación de felicidad y mayor abandono, acentuando tendencias suicidas y la necesidad de atenciones en salud mental. Por otra parte, de 2018 a 2024 se pasó de 4,3% a 5,9% de homicidios consumados en este segmento.
Este panorama en el contexto escolar reclama un abordaje integral e interdisciplinario, pues impacta tanto en el aprendizaje como en el bienestar de los estudiantes, impidiendo que se desarrollen como ciudadanos libres y plenos.
Es indispensable fortalecer entornos escolares seguros, tolerantes e inclusivos, con normas claras de convivencia, apoyos y acompañamiento legal, psicológico y social, pero también espacios de encuentro donde estudiantes, docentes y padres se comuniquen abiertamente sobre los problemas que viven y se dispongan a buscar soluciones compartidas ante los efectos de la violencia.
Cultivar una convivencia respetuosa exige fortalecer la solidaridad y el trabajo mancomunado para mayor cohesión entre la comunidad educativa, inculcando legitimación y reconocimiento a las diferencias. A eso se refiere UNESCO (2022), cuando propone que la escuela haga fructificar un perfil de formación ciudadana, con enfoque de derechos humanos para resguardar la integridad ética, la participación democrática y la dignidad de cada persona.
En esta cruzada la universidad cumple un rol determinante, inculcando modelos en pro de una cultura y educación para la paz. A través de la investigación, la formación de profesionales y la colaboración con instituciones educativas, pueden diseñar y compartir métodos efectivos para la gestión de conflictos, mediación y detección temprana de situaciones de riesgo, colaborando con las escuelas y liceos mediante capacitación a docentes y personal de apoyo, tanto en la comprensión del fenómeno como en asistencia técnica sobre convivencia respetuosa, buen trato y educación ciudadana.
La paz debe ser concebida como un ideal fundamental de la vida democrática, plural y diversa. En este contexto, las universidades están llamadas a fomentar activamente la recuperación de la sociabilidad, la fraternidad y el sentido de comunidad como antídoto frente a los sentimientos de hostilidad y fragmentación. Es momento de recuperar la visión optimista de Aristóteles, quien sostenía que la condición humana se fundamenta en el cultivo de virtudes, esenciales para construir no sólo una vida buena, sino también un buen convivir entre la ciudadanía.